Hoy tuve una revelación un tanto extraña, descubrí que me he convertido en una oficinista promedio, de aquellas que por la mañana se compran un jugo, van por un café y cuando llega la hora de la comida tienen sólo 60 minutos para disfrutar de este momento del día.
Sí, lo acepto, ya llegó ese momento, la única diferencia es que por fortuna no tengo que vestirme como oficinista, así siento un poco menos que la vida laboral, esa que dura años y años, llegó para quedarse. No es que la odie pero sí, definitivamente los años de alegría universitaria han quedado en el olvido.
Me cayó el veinte exactamente hace una hora, cuando con una amiga que también trabaja por mis rumbos me acompaño a comer a un mercadito cercano. Dicho tianguis ofrece una suculenta variedad de alimentos a muy poco precio, posiblemente esa sea la causa por la que se llena de hombres en traje y mujeres con medias y pantalones de vestir.
Esa manifestación llegó exactamente cuando me estaba comiendo un delicioso tlacoyo de requesón. Aquí ya entramos a un tema de interés.
El tlacoyo es una garnacha mexicana que consiste en una porción de masa de maíz blanco o azul rellena de alguna pasta como frijol, haba o requesón, se dora en el comal con poco aceite y cuando está cocido se le puede añadir salsa, queso rallado y una buena porción de nopales, papa o quelites.
Su origen es prehispánico, omitiendo los ingredientes derivados de la leche, porque en esos días no había vaca y su nombre deriva del nahuatl tlahtlaōyoh. Me imagino que en aquella época también, en la hora de descanso laboral, nuestros antepasados se reunían para recetarse un delicioso tlacoyo.
Me encantan, creo que después de los sopes es mi antojito favorito.
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